domingo, 30 de enero de 2011

Un librero anabautista en la Ginebra de Calvino



Cruzaron fronteras geográficas sin pedirle permiso a nadie. Desconocieron el principio de las iglesias territoriales, cuya confesión dependía de la opción religiosa apoyada por el o los gobernantes. Uno de los textos bíblicos más citados por los anabautistas, para defender su osadía de ir a donde les viniera en gana con su mensaje, junto con Mateo 28:19-20, fue el Salmo 24:1, “Del Señor es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan”.

En su monumental obra La Reforma radical (México, Fondo de Cultura Económica, 1983), George Williams menciona brevemente lo que llama “el último contacto de Calvino con el anabaptismo evangélico” (p. 663). A principios de 1546 el librero de apellido Belot llega a Ginebra, ciudad bajo la influencia teológico/política de Juan Calvino y sus discípulos. El vendedor ambulante ofrece a los transeúntes sus libros y folletos. ¿Qué títulos comerciaba? No sabemos, pero dadas sus creencias anabautistas la literatura ofrecida posiblemente alguna relación tendría con esas convicciones. De inmediato Calvino ordena el arresto del librero. De esto y lo que sigue tenemos noticia por la carta que el reformador ginebrino le escribe el 21 de enero a Farel.
Una vez encarcelado, Belot recibe la visita de Calvino para hablar cortésmente “según es mi costumbre” con aquel. Williams describe que ambos estaban “consciente(s) de su misión divina”. Por la epístola calviniana a Farel nos enteramos de la descripción que hizo el teólogo del librero: “con la cabeza levantada y los ojos puestos en alto, se daba los aires majestuosos de un profeta… cuando así le convenía, contestaba con unas cuantas palabras a las preguntas que se le hacían”. Belot fue congruente con un principio distintivo del anabautismo, el de que las marcas de prestigio académico, y/o la detentación del poder político ó eclesiástico, no eran superiores per se a las interpretaciones de los creyentes sencillos.
La desigual polémica, por las circunstancias de que uno estaba encarcelado y el otro era un personaje con indiscutible autoridad en Ginebra, tiene como sus ejes la legitimidad del juramento cívico, así como el perfeccionamiento y la manutención de los pastores reformados por parte de la congregación, anota Williams. Los anabautistas de talante evangélico se negaron a jurar obediencia a los gobernantes, tanto católicos como protestantes. De la misma manera se opusieron vigorosamente a la unión de la Iglesia con el Estado. Fueron anticlericales, y en consecuencia aderezaron sus críticas por igual a la división existente en el catolicismo y el protestantismo entre los llamados laicos y los clérigos. Para ellos todos y todas eran laicos y sacerdotes al mismo tiempo. Enfatizaron el deber de los líderes en procurarse su manutención, sin descartar que el resto de la comunidad creyente pudiese contribuir económicamente en parte a su sostén.
El obcecado Belot, comenta George Williams, “irritó sobremanera a Calvino al acusarlo de vivir en el lujo a expensas de los pobres, con su pingüe salario de anual de quinientos florines, sus doce arrobas de trigo y unas doscientas cincuenta barricas de vino que se la daban, sin duda en vista de las exigencias de la hospitalidad pastoral”. El librero es excarcelado, con la condición de abandonar Ginebra de inmediato. Belot no hace caso, continúa con su distribución librera y dos días más tarde es apaleado por su desobediencia a la orden de salir de la ciudad. Le queman sus libros y le amenazan “con la horca en caso de que volviera a Ginebra”.
Para Juan Calvino su encuentro con el librero anabautista fue un episodio más que le fortaleció en el reduccionismo que hizo del anabautismo, que tuvo varias corrientes, pero que el reformador francés fue incapaz de vislumbrar. Dos años antes del episodio con Belot, Juan Calvino escribe la Breve instrucción para armar a todos los buenos fieles contra los errores de la secta común de los anabautistas. La redacta a petición de Guillermo Farel, que hace el pedimento porque tuvo conocimiento de la expansión de los anabautistas en Neuchâtel, ya que se encontraba allí desarrollando su labor pastoral. Es el mismo Farel la persona que le hace llegar a Calvino la traducción francesa de la que se conoce como la Confesión de Scheleitheim, para que la refute y marque la pauta sobre cómo responder a los anabautistas, a quienes Calvino llamó fanáticos, pobres tontos, carentes de juicio, analfabetos y enemigos del gobierno (para adentrarse en el tema consultar Benjamin Wirt Farley [editor], John Calvin Treatises Against the Anabaptists and Again the Libertines, Baker Academic, 1982).
La Confesión de Scheleitheim (24 de febrero de 1527) fue un acuerdo doctrinal del anabautismo suizo, fruto de una reunión clandestina en la frontera suizo-germana en la que tuvo un papel preponderante Michael Sattler (Cfr. John H. Yoder, The Legacy of Michael Sattler, Herald Press, 1973). Debemos al mismo Yoder la existencia de una versión castellana del documento, que está incluido en Textos escogidos de la Reforma Radical (Editorial La Aurora, 1976, volumen que ha sido reeditado en este año). Los perseguidos alcanzaron consenso en siete grandes tópicos: 1) Bautismo de creyentes, de adultos. 2) Excomunión de acuerdo a Mateo 18:15-20. 3) La Cena del Señor como un recordatorio que compromete a los creyentes, y en dos especies. 4) Separación del mal y seguimiento ético de Cristo. 5) Elección de dirigentes (pastores y otros) por parte de la congregación. 6) Negación a usar la espada, pacifismo. 7) Negativa a jurar lealtad a las autoridades humanas.
No mucho después de que comenzó a circular la Confesión de Scheleitheim, o Unión fraternal como también se le conoce, Sattler fue arrestado en territorio austriaco, juzgado en Rottenburgo y sentenciado a muerte: le cortaron la lengua, le ataron a un carruaje para desmembrarlo, le arrancaron partes del cuerpo con tenazas ardientes. Sus restos fueron quemados en una hoguera. El horror tuvo lugar el 20 de mayo de 1527. Dos días más tarde a Margareta, su esposa, los verdugos la ahogaron porque se rehusó a retractarse de su fe anabautista (C. Arnold Snyder, Anabaptist History and Theology, An Introduction (Pandora Press, Third Printing, 2002).
La traducción francesa del documento anabautista que le hizo llegar Farel a Calvino incluía la narración del martirio de Michael Sattler. Cabe mencionar que, entonces, Juan Calvino trabajó su respuesta sobre un escrito que claramente establecía el carácter pacífico del anabautismo suizo (para conocer las características de éste y otras vertientes anabautistas en el siglo XVI, consultar C. Arnold Zinder, Following in the Footsteps of Christ. The Anabaptist Tradition, Orbis Books, 2004; y J. Denny Weaver, Becoming Anabaptist. The Origins and Significance of Sixteenth-Century Anabaptist, Herald Press, second edition, 2005). Por lo tanto el teólogo francés, para cuando acontece su breve polémica con el librero Belot (1546), tenía conocimiento intelectual/doctrinario de la que su amigo Farel llamaba plaga pestilente de los anabautistas. Además en agosto de 1540 Calvino había contraído nupcias con Idelette de Bure, viuda de un anabautista, John Stordeur.
La insolencia de Belot, atreverse a desafiar los dominios de Juan Calvino con la sencilla actividad de distribuir libros y folletos carentes de permiso para circular en Ginebra por parte del mismo Calvino, confrontó la unión Iglesia-Estado cuidadosamente construida por el autor de la Institución de la religión cristiana, cuya primera edición data de 1536, ya que esa simbiosis era puesta en tela de juicio cuando se criticaba la creencia oficial. Fue la unción Iglesia-sistema político la que Calvino consideró vulnerada por el sencillo librero. En Ginebra todos y todas debían obedecer el conjunto de leyes político/religiosas inspiradas por la teología calviniana. Es más, a cada habitante de la ciudad se le hacía jurar sometimiento a la Confesión de fe de la Iglesia de Ginebra, de no hacerlo era expulsado.
Después del castigo y orden de salir de Ginebra, bajo advertencia de que si desobedecía sería llevado a la horca, Belot encaminó sus pasos a otros lugares. No sabemos cuáles, carecemos de más información sobre él. Fue uno de los que hicieron misión desde abajo, sin apoyos financieros ni protecciones políticas. Un insolente que no respetaba fronteras, ni se arredraba ante los que le exigían cesara sus disolventes prácticas.


Carlos Martínez Gª es sociólogo, escritor, e investigador del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano.

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